
Por Eduardo Fernández | Diputado Nacional por Córdoba | Frente de Todos
Presidente del Partido Solidario Córdoba
La Jefa de la Policía de Córdoba declaró como testigo en la 13ª audiencia por el crimen de Blas Correa, donde admitió sentir “vergüenza” por la actuación de los uniformados. Este asesinato no es un hecho aislado, y forma parte del modelo. Si no acordamos en principios básicos como el cuidado de la vida, no podremos avanzar.
La jefa de la Policía de Córdoba, Liliana Zárate Belletti, reconoció sentir “vergüenza” por el accionar de los policías que mataron en agosto de 2020 a Blas Valentino Correa, un joven de 17 años que viajaba en un vehículo que evadió un control policial y que recibió disparos de parte de dos efectivos.
Además de cargar con el asesinato del joven, el procedimiento policial es investigado por posible falso testimonio, encubrimiento, y omisión de deberes de funcionario público.
Más allá de la vergüenza que siente la jefa de la Policía, este caso, que tomó gran transcendencia en la opinión pública, lamentablemente no es aislado. La violencia institucional en Córdoba, desde hace años, es moneda corriente.
Cuestión estructural
El 25 de septiembre de 2020, el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), junto a la Comisión “Seguridad y Derechos Humanos” de la Facultad de Ciencias Sociales (FCS) de la Universidad Nacional de Córdoba, presentaron una carta al gobernador Juan Schiaretti, con recomendaciones para el control de la actuación policial.
En la misiva, las instituciones transmitieron su preocupación “por los graves hechos de violencia institucional protagonizados por la Policía de Córdoba” durante el aislamiento social preventivo y obligatorio (ASPO).
Según señalaron, durante el ASPO hasta septiembre de ese año, hubo siete casos de uso de la fuerza letal que terminaron con ciudadanos muertos en Villa La Tela, Villa Adela, barrio San Lorenzo, barrio Los Paraísos, Villa El Libertador, Alta Gracia, y el mencionado de Blas Correa en la capital provincial.
Volviendo a este último caso, cabe recordar que Zárate Belletti no era la jefa de la Policía cuando asesinaron al joven. En ese momento, estaba a cargo de la formación de los aspirantes.
En un esfuerzo por evitar hablar de la situación estructural de la fuerza, la actual Jefa de la Policía cordobesa manifestó su vergüenza, dando a entender que algo vinculado a la capacitación falló.
La insistencia en afirmar que los efectivos no siguieron el protocolo, busca darle el tenor de un hecho aislado donde hubo un “error” de un grupo de agentes. Sin embargo, tal como aporta la carta del CELS y la FCS, más los hechos ocurridos en los últimos años, el problema es estructural.
Voluntad política
Además de los casos de gatillo fácil, también se han multiplicado otras denuncias por violencia institucional. La represión y la intimidación también son prácticas cotidianas que se manifiestan día a día, y de las que tenemos muchísimos ejemplos.
Para modificar la situación, es imprescindible la voluntad política. Nada cambiará si en la Legislatura, en lugar de debatirse acuerdos necesarios para modificar temas estructurales en las fuerzas de seguridad, se acuerda con criminalizar las manifestaciones corriendo el eje de los problemas que tienen las políticas de seguridad en Córdoba.
Sobre la criminalización de las movilizaciones, tanto el oficialismo como el radicalismo presentaron proyectos con muchos puntos en común. No podemos avalar un modelo donde el Estado ejerce violencia sobre algunos sectores de la sociedad.
Ni hablar del debate sobre la realidad socio económica. Mientras en la Legislatura se le otorga a la Policía mayores facultades para que efectúen detenciones arbitrarias, se mira para otro lado respecto a la distribución de recursos en una Provincia que cuenta con el conglomerado urbano con mayor pobreza, desocupación y subocupación en el país.
Necesitamos en la Unicameral una fuerza que, en lugar de buscar soluciones simplistas y represivas, piense en cuidar la vida de las y los ciudadanos. Si no podemos acordar en principios básicos como este, va a ser muy complicado que salgamos adelante como sociedad.